Es un hecho curioso que en la parte mediterránea de España la población llame a sus costas Costa del Sol o Costa Blanca, nombres diseñados para atraer a los perspicaces turistas que van en busca de sol y playa, mientras que la costa de Galicia tiene un nombre bastante más ominoso, pero, al mismo tiempo, fascinante: Costa da Morte (costa de la Muerte). Pero que no tengan miedo los intrépidos viajeros. Puede que el nombre de esta imponente costa no evoque imágenes de atractivas e impresionantes playas, esta costa esconde mucho más que el mal presagio que sugiere su nombre.

De hecho, la Costa da Morte cuenta con playas, dunas, escarpados acantilados, prados, bahías, calas, ríos y una extraordinaria variedad de flora y fauna. Como es de imaginar, esto hace de esta costa un paraíso tanto para aquellos que disfrutan con el surf, el windsurf, el parasailing, la pesca, el ciclismo de montaña, el senderismo e, incluso, la observación de delfines, como para los que prefieren tomar el sol en la playa. Desde las localidades de Finisterre, al oeste, hasta Malpica, al este, el litoral se ha ganado su amenazador nombre como resultado del naufragio en sus rocas de un gran número de barcos a lo largo de los siglos. Se dice que en otras épocas en las que la navegación marítima era precaria, la zona se convirtió en el cementerio marítimo más grande del mundo.

La costa en sí es un atractivo asalto a los sentidos y, aunque a menudo es visitada por turistas, su encanto rural a lo largo de sus espectaculares calas, sus tranquilos pueblos y exuberantes paisajes crea un lugar de visita obligada para aquellos que desean salirse de las rutas turísticas. La manera más fácil de visitarlas es alquilar un coche y elegir alguno de los pueblos y bahías de la famosa costa.

Actualmente, situado en el precioso puerto de Finisterre, el faro de cabo Finisterre no solo sirve como faro para las embarcaciones, sino que también proclama el fin de unas de las rutas de peregrinación más largas del mundo, el Camino de Santiago. Cada año, miles de peregrinos llegan de todas partes del mundo y se congregan en el puerto  para recorrer el último tramo hasta cabo Finisterre. Es aquí donde, según la tradición, estos queman las prendas que han llevado durante el camino como acto simbólico de abandonar su antigua vida (y pecados) atrás con el fin de empezar una nueva.